viernes, 14 de diciembre de 2012

Anoche soñé. Anteanoche también. Y anteanteanoche. Una cadencia de sueños por un riel de viento.

Viajo. Viajaba. Viajo por ese destino sin palabras. 

Los pasajeros van. No soy yo el vientre del tren. Los pasajeros, brumas de la soledad. No sabemos si sueñan también. Soñaban.

Pero uno, sin ser distinto a los otros, se acerca a mi ausencia. Y habla. Susurra una profecía, débil. Una cadena de hojas, de ramas secas y el trino de algún pájaro.

Y me dice:

Eras el cuerpo tendido sobre un escenario. El público asiste al concurso del dolor. La mitad de tu pelo, rapado. Los ojos muertos, para no ver la luz. Y mientras el ogro tomaba de cada uno de tus pechos, carente de alma, ganabas. El público proclama tu nombre. Exige saber el secreto. La razón de aquel desplazamiento.

Contesto:

Anteanoche soñé. Y mañana soñaré otra vez.
 
Viajaba. Viajaré por este destino sin palabras. Soy la falta. Seré la nada.

El tren sigue la marcha. Los pasajeros andan. No sabemos si soñarán. El mensajero se abriga un poco más con su mortaja. La capa inerte que lo salva del fuego. Y desparece hacia el final del vagón, después de cerrar la puerta. Un sonido metálico, de árboles sin savia, de tierra inerte, de vidas invertebradas. El profeta no mira hacia atrás. Guarda en el pecho que no tiene, los ecos de mi última voz.

Siendo el tren. Siendo una hoja. Siendo una rama seca y todos los pájaros.

Soñaré en silencio la vida. Soñaré sin cuerpo un mañana.

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