jueves, 27 de diciembre de 2012

El burro

Un grupo de furtivos pescadores, y no de pescadores furtivos, como marca la contemporaneidad. El escollo de los sueños es idéntico al de la escritura: nunca se sabe del todo a qué final iremos a parar; cuál de todas las voces, será la que logre estampar sus cuerdas vocales en el papel.


Yo no se escribir.
Ni estoy segura de manejar al lenguaje, más bien creo que me dejo andar por él, me dejo ir en él. Y en alguna costa, aparecemos juntos.

Es de madrugada, tengo fiebre y transpiro:

Y los furtivos pescadores, con sus arpones afilados, se lanzaron contra el burro chiquito que emergía de las aguas. Casi lo mata, la bestia. Ese hombre que pelea solo contra los malos que se disfrazan de buenos. Sí, te escucho, papá, en la vida no hay ni buenos ni malos, pero así me enseñaron … ¿y ahora, cómo desaprendo?

El burro sobrevivió, gracias al traje sintético para volverse transparente que ella se probó en la nave. El hombre que pelea solo, no cree en sus poderes ni en sus ventajas. Pero sí, efectivamente vuelven a la persona un borde incandescente en la media luz. Parecen tubos de hospital. Yo los veo, el hombre no puede hacerlo.
Y lo reducen, y lo llevan a punta de pistola láser quién sabe a dónde.

Pero antes, en la isla, habían intentado reproducir a una madre o familiar para el pobre burro chiquito. Y lo lograron a medias. Capas y capas de grasa y alimento, fueron dando vida a un elefante rosa que se propaga como las ranas en un día de lluvia. El mayor problema, es que el elefante rosa crece, sí, pero ya ha avanzado demasiado el tiempo y la piel no lo recubre. La piel no se genera. El elefante no es más que una gran feta de carne, enrollada y aprisionada entre los estantes de cemento. Pobre burro, tener una mamá así.


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