El
tipo era un bebedor y se le notaba, a todas luces, en las grietas
ásperas que se le dibujaban sobre la boca. Como si cada rayita
fuera un testigo rotundo de todas las noches o días en que no habría
podido satisfacer su sed.
A
mi se me ocurrió que así debía ser. Y nadie contradijo mis
suposiciones. Hasta que Nancy dijo de él, mientras pasaba un trapo
sobre la mesada de la cocina:
Me
sorprendió que Nancy me descubriera viendo pasar al viejo
desde la ventana. Siempre había pensado que en esos momentos me
volvía invisible para todos.
-Las
personas andan demasiado ocupadas como para detenerse en estas
nimiedades- me había enseñado el abuelo una vez, al encontrarme
entre la multitud de un asado familiar, lagrimeando porque nadie me
escuchaba.
Pero
el abuelo estaba muerto, y la palabra nimiedad, que quería decir
algo así como cosa chiquita pero muy importante, era lo único que
me quedaba de su olor.
Nancy
era una de esas personas que están siempre muy atareadas. Y sin
embargo, se había dado cuenta.
-
No miro nada-me defendí.
El
tipo estaba ahora sentado un poco antes de la mitad de la cuadra. Las
piernas se le escapaban por entre los jirones de pantalón que le
restaba y se apoyaban sobre unas baldosas rotas. Arriba tenía
puestas dos camisas, muy finitas. La primera de manga larga, blanca
pero sucia; la de encima, de mangas cortas, parecía más nueva.
Nancy
siguió en lo suyo y yo aproveché para seguir viendo sin ser visto.
También
pensé que nunca antes había notado que aunque el pantalón que
llevaba era siempre el mismo, la muda que le cubría el pecho
cambiaba una y otra vez.
Yo
había leído en un libro que los camaleones, unos bichos sordos como
las serpientes, podían cambiar de color su piel. A lo mejor este
tipo resultaba ser no sólo un bebedor, sino que también podía
pertenecer a esta especie. Cerré los ojos bien fuerte y traté de
visualizar todos los cambios posibles que recordaba en su vestimenta.
Elegí contar desde navidad; no era mucho, estábamos todavía en
enero, pero fueron tantas las imágenes que me devolvió el recuerdo,
que decidí que no había lugar a dudas: el tipo era un camaleón
bebedor.
-Juan-
sonó la voz de Nancy con un montón de aes al final,
alargando lo que siempre había sido un nombre corto.
El
tipo tomaba y tomaba. Siempre estaba con un cacharro, o una botella
de gaseosa cortada por la mitad y llena de agua.
Nunca,
hasta hoy, pude dejar de mirarlo. Ni de sentir tanta sed.
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