¿se olvida la noche?
Yo la veía bailar y la entendía,
porque no sabía cómo hacer para disfrutar; si el empeño fuera
directamente proporcional a los resultados, hubiese sido, casi con
certeza, la persona más feliz de la tierra.
La noche es maravillosa en el sentido
más estricto de la palabra: es el único espacio en donde la magia
se vuelve posibilidad. Las manchas en el techo la habitación cobran
formas, distintas cada vez, a veces un color marrón es el comienzo
de un ojo, que sigue con una nariz aguileña y mira justo hacia el
ángulo de la pared. El amor no es nada. Pero es tantas cosas al vez.
Es una carencia tan grande, pero tan inmensa. También hay pájaros
en ese techo, y está la mujer que presiento presente, como una
presencia irrefutable. Los humanos son seres curiosos. En dos
sentidos de la palabra, en el literal (también) y por cierta
caracteristica nata. No todos, pero muchos avanzan movidos por la
búsqueda, motor incansable de todos los movimientos. Esa mujer
quiere meterse en mi cuerpo, más que otras a las que elijo. Y eso
asusta. La noche es maravillosa, porque en ella reina el silencio,
porque es el lugar del olvido, verdadera destreza inevitable, a la
que hay que echar mano si se quiere seguir viviendo. No entiendo por
qué las amebas tienen tan mala prensa entre los bichos. Por qué se
las acusa, si jamás han prometido nada a nadie. Es fácil decir eso
de las personas, de quienes siempre se espera algún resultado,
aunque tampoco hayan prometido nada a nadie. Entre la lista de
verbos, hay uno que es convencer; se trata de un adiestramiento de
las sensaciones de uno, que consiste en una rara condensación de los
sucesos vividos, con el fin de acercarlas lo máximo que se pueda al
pragmatismo.
De noche todo está en calma, los
pájaros, en su mayoría, duermen, las personas también. Algunas se
pierden, con las cabezas hundidas en su almohada, casi sin notarlo,
entre cadenas de palabras, pensamientos, que jamás llegarán a
tocarse con lo que después son cuando están despiertas. Otras
personas leen, recuerdan imágenes de sus días, como en una película
que se vio hace mucho tiempo y de la que resulta improbable armar un
relato coherente. Las personas sueñan, justo antes de dormirse.
Ella bailaba con los ojos cerrados y el
pelo encendido, casi tanto como su alma, apagada a la mayoría de las
percepciones ajenas. Gritaba sin decir, con los ojos bien apretados,
con las arrugas que se le formaban en la frente, como si en ese hacer
fuerza, los deseos fueran a cobrar alguna forma. Pero cómo querer
que algo tan inaprehensible se parezca a algo conocido.
No siento pena por ella, siento
empatía, a pesar de que sus palabras muchas veces puedan volverse
insoportables, como una música que se repite sin cesar, una melodía
que nos recuerda que cada día es idéntico al anterior y al anterior
y al que vendrá. Estaba linda ahí, cerca del ficus. Y sin embargo
nadie la veía.
Las manchas de humedad son testigos de
mi presuposición descabellada, evidencia de un proceso que crece
hasta destruirlo todo, como hace el paso del tiempo con las personas
y hasta con las piedras.
Y en el medio, todo el asunto del amor
y las palabras y las acciones. Y el saber si una persona se parece o
no, a un perro. Si lo que en realidad tiene de perro, no serán esos
ojos chiquitos de animal que ha visto demasiado. La mentira, un
cuchillo de hoja afilada y muerte dudosa. La verdad, lo más parecido
al amor, que es una mentira grande como una casa de cuentos.
Por eso a las personas les gusta que
les inventen historias; pero no cualquier historia, sino unas en
donde lo verdaderamente importante es el procedimiento. Historias en
donde el olvido, como la noche y su magia, se vuelve una posibilidad.
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