viernes, 12 de abril de 2013

Qué se yo - 12

Graciela Montes dice que hay un lenguaje silvestre y un lenguaje oficial. Habla de cuando las palabras se separan de las cosas; Algo así, más o menos, creo que dijo: el adulto otorga el lenguaje y cuando lo otorga, se impone, coloniza. Los chicos no se someten pasivamente a esa colonización, sino que se adueñan del lenguaje; exploran a fondo las palabras, las violentan, las cargan arbitrariamente con sus propias experiencias vitales.

Pienso en nuestro hijo y sus palabras, ¿sabés? Lo veo en sus juegos, andando por un universo que desconoce de reglamentos de voley, de estatutos, de derechos romanos o yugoeslavos; un planeta libre de reglas mnemotécnicas, de obediencias indebidas, de horarios de oficina, de horarios de cualquier tipo. Nuestro hijo juega.
Los chicos no juegan a la guerra por intuición. Juegan a miles de cosas, pero jamás vi a uno solo que liberara un combate con armas, escudos, tanques o misiles, sin haber sido atravesado antes por la cultura.
Nacemos condenados, en cierta forma, ¿sabés?, es condición inefable de la existencia ser empalado como una serpiente indefensa; es casi inevitable que nos icen en el asta correspondiente al estandarte de nuestra cuna. Y ahí quedamos, ¿sabés?, flameando como jirones chiquitos, trapitos al empezar, hombres y mujeres hechos y derechos, en la medida en que vamos olvidando y dejamos de ser bandera para pasar a portarlas.
La palabra cultura es confusa; proviene del latín cultus, y hace referencia al cultivo del espíritu humano y de las facultades intelectuales del hombre. Su definición ha ido mutando a lo largo de la historia: desde la época del Iluminismo, la cultura ha sido asociada a la civilización y al progreso.
Así, otra vez el merengue: ¿qué te dije?, ¿qué nos quisimos decir?, ¿qué querés decirme?
No querés decirme nada, así me dicen, así me dijeron. Jugamos a la guerra para elaborar el duelo.
Pregunté llorando:

- ¡Pero qué es un duelo!

 Un duelo es desprenderse de no se qué.
La memoria no me traiciona, me ayuda a veces, sabe mucho más que yo; no lo había pensado así, ¿sabés?
Quise ayudar yo a mi memoria entonces, en un acto reflejo de solidaridad, quizás, y leí pedacitos de Freud:
Ante el reconocimiento de la desaparición del objeto externo, el sujeto debe cumplir cierto trabajo, el trabajo del duelo. La libido debe desprenderse de los recuerdos y las esperanzas que la ligaban con el objeto desaparecido, tras lo cual el yo vuelve a estar libre.
Dije bien pedacitos, y lo sabés, no podés no saberlo. Leo fragmentada; soy esclava de la cultura y eso que le meto garra para ganarme otro título. Un contrasentido, ¿sabés?, y podés reirte, sos lindo cuando te reís.
También yo me río y me espanto.
Me trepo por las ramas de un árbol de la vida que voy aprendiendo a recorrer sola.
Melanie Klein siguió escribiendo sobre los pedacitos de Freud. Es más largo, ¿sabés?
Resulta que hay algo así como unos espacios psíquicos internos, teatro de la existencia de objetos internos cuyas cualidades de bondad y solidez son puestas a prueba con ocasión de la pérdida de un objeto externo y blablabla, sin falta de respeto y me duele el costado derecho del cuerpo, justo debajo de las costillas donde estará no sé cuál órgano que me duele cada vez que algo me interrumpe la respiración y el correcto funcionar de mi organismo y me obliga a apretarme ahí, justo ahí abajo, bien fuerte y a taparme los ojos con las manos porque me perdí y no lo soporto y ya no tengo ni la menor idea de lo que estoy pensando.
Hago una pausa.
Y veo banderas, ¿sabés? Un montón de niñitos méciendose en una hilera perfecta, simétrica, nunca desordenada, una imagen como esas de las películas norteamericanas, en donde se homenajea a los caídos en combate. Un páramo postmoderno o medieval, poco importa, en donde reina el murmullo del silencio y la muerte es Señora y Soberana.
Debo haber entendido todo mal, ¿sabés?
Y Klein, que en mi lengua mediamadre significa pequeño, no me devuelve ni más ni menos que las ganas de resumir todo y lanzarme al más allá de acá, en búsqueda de mis sujetos buenos, mis padres amados, que no son otra cosa que el nombre de un tiempo anterior al nacimiento.
La civilización y el progreso hacen estragos tal y como los hemos aprendido. Sin embargo la historia de la guerra data de antes, de mucho antes del Iluminismo.
En las Justas medievales el conteo era a tres carreras o lanzas entre los oponentes que se batían a duelo; conseguía el triunfo aquel que lograba derribar al otro.
De ahí la frase, “la tercera es la vencida”.
Yo no estoy segura; la tercera es vencedora, reformularía, cuando las primeras personas del singular y las segundas, no saben, no quieren o no pueden permanecer en sus caballos sin fagocitarse.
Así, es necesario el desplazamiento. Pero no desde el lugar de la derrota, sino desde la reconstrucción.
La tercera persona del singular, o del plural, en este caso.
Ninguna historia puede ser escrita sin transitar por todas y cada una de las seis categorías que nos enseñaron desde chiquitos; ¿cómo me voy de una a otra?, es complicado, ¿sabés?... o tendría que preguntar: ¿saben?
Qué optimismo.
Creí que un duelo duraría un lapso prudencial de tiempo y no unos miles de años de civilización. Pero sé ve que debe haber dos, o tres, o veinticinco ahi, apilados en nuestro desenlace..
Prudencial, vuelvo a oír el sonido de esta palabra, y enseguida tengo ganas de buscarla en un diccionario; de investigarla, como si así fuera a obtener pruebas de algo, de diseccionarla, como se hace con una muñeca de trapo para ver qué contiene en su interior. Más, mucho más, que ganas de abrirla. Abrir la palabra, parece, tiene un efecto reconfortante en mi.
Qué se yo...



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