Graciela
Montes dice que hay un lenguaje silvestre y un lenguaje
oficial. Habla de cuando las palabras se separan de las cosas;
Algo así, más o menos, creo que dijo: el adulto otorga el
lenguaje y cuando lo otorga, se impone, coloniza. Los chicos no se
someten pasivamente a esa colonización, sino que se adueñan del
lenguaje; exploran a fondo las palabras, las violentan, las cargan
arbitrariamente con sus propias experiencias vitales.
Pienso en
nuestro hijo y sus palabras, ¿sabés? Lo veo en sus juegos, andando
por un universo que desconoce de reglamentos de voley, de estatutos,
de derechos romanos o yugoeslavos; un planeta libre de reglas
mnemotécnicas, de obediencias indebidas, de horarios de oficina, de
horarios de cualquier tipo. Nuestro hijo juega.
Los
chicos no juegan a la guerra por intuición. Juegan a miles de cosas,
pero jamás vi a uno solo que liberara un combate con armas, escudos,
tanques o misiles, sin haber sido atravesado antes por la cultura.
Nacemos
condenados, en cierta forma, ¿sabés?, es condición inefable de la
existencia ser empalado como una serpiente indefensa; es casi
inevitable que nos icen en el asta correspondiente al estandarte de
nuestra cuna. Y ahí quedamos, ¿sabés?, flameando como jirones
chiquitos, trapitos al empezar, hombres y mujeres hechos y derechos,
en la medida en que vamos olvidando y dejamos de ser bandera para
pasar a portarlas.
La
palabra cultura
es
confusa; proviene
del latín cultus,
y hace referencia al cultivo
del espíritu humano
y de las facultades intelectuales del hombre. Su definición ha ido
mutando a lo largo de la historia: desde la época del Iluminismo, la
cultura ha sido asociada a la civilización
y al progreso.
Así,
otra vez el merengue: ¿qué te dije?, ¿qué nos quisimos decir?,
¿qué querés decirme?
No
querés decirme nada, así me dicen, así me dijeron. Jugamos
a la guerra para elaborar el duelo.
Pregunté
llorando:
- ¡Pero qué es un duelo!
Un
duelo es desprenderse de no se qué.
La
memoria no me traiciona, me ayuda a veces, sabe mucho más que yo; no
lo había pensado así, ¿sabés?
Quise
ayudar yo a mi memoria entonces, en un acto reflejo de solidaridad,
quizás, y leí pedacitos de Freud:
Ante
el reconocimiento de la desaparición del objeto externo, el sujeto
debe cumplir cierto trabajo, el trabajo del duelo. La libido debe
desprenderse de los recuerdos y las esperanzas que la ligaban con el
objeto desaparecido, tras lo cual el yo vuelve a estar libre.
Dije
bien pedacitos,
y lo sabés, no podés no saberlo. Leo fragmentada; soy esclava de la
cultura y eso que le meto garra para ganarme otro título. Un
contrasentido, ¿sabés?, y podés reirte, sos lindo cuando te reís.
También
yo me río y me espanto.
Me
trepo por las ramas de un árbol de la vida que voy aprendiendo a
recorrer sola.
Melanie
Klein siguió escribiendo sobre los pedacitos
de Freud. Es más largo, ¿sabés?
Resulta
que hay algo así como unos espacios
psíquicos internos, teatro
de la existencia de objetos internos cuyas cualidades de bondad y
solidez son puestas a prueba con ocasión de la pérdida de un objeto
externo y
blablabla, sin falta de respeto y me duele el costado derecho del
cuerpo, justo debajo de las costillas donde estará no sé cuál
órgano que me duele cada vez que algo me interrumpe la respiración
y el correcto funcionar de mi organismo y me obliga a apretarme ahí,
justo ahí abajo, bien fuerte y a taparme los ojos con las manos
porque me perdí y no lo soporto y ya no tengo ni la menor idea de lo
que estoy pensando.
Hago
una pausa.
Y
veo banderas, ¿sabés? Un montón de niñitos méciendose en una
hilera perfecta, simétrica, nunca desordenada, una imagen como esas
de las películas norteamericanas, en donde se homenajea a los caídos
en combate. Un páramo postmoderno o medieval, poco importa, en donde
reina el murmullo del silencio y la muerte es Señora y Soberana.
Debo
haber entendido todo mal, ¿sabés?
Y
Klein, que en mi lengua mediamadre
significa
pequeño, no
me devuelve ni más ni menos que las ganas de resumir todo y lanzarme
al más allá de acá, en búsqueda de mis
sujetos buenos, mis padres amados, que
no son otra cosa que el nombre de un tiempo anterior al nacimiento.
La civilización y el
progreso hacen estragos tal y como los hemos aprendido. Sin embargo
la historia de la guerra data de antes, de mucho antes del
Iluminismo.
En las Justas medievales
el conteo era a tres carreras o lanzas entre los oponentes que se
batían a duelo; conseguía el triunfo aquel que lograba derribar al
otro.
De
ahí la frase, “la tercera es la vencida”.
Yo
no estoy segura; la tercera es vencedora, reformularía, cuando las
primeras personas del singular y las segundas, no saben, no quieren o
no pueden permanecer en sus caballos sin fagocitarse.
Así, es necesario el desplazamiento.
Pero no desde el lugar de la derrota, sino desde la reconstrucción.
La
tercera persona del singular, o del plural, en este caso.
Ninguna
historia puede ser escrita sin transitar por todas y cada una de las
seis categorías que nos enseñaron desde chiquitos; ¿cómo me voy
de una a otra?, es complicado, ¿sabés?... o tendría que
preguntar: ¿saben?
Qué
optimismo.
Creí
que un duelo duraría un lapso prudencial de tiempo y no unos miles
de años de civilización. Pero sé ve que debe haber dos, o tres, o
veinticinco ahi, apilados en nuestro desenlace..
Prudencial,
vuelvo a oír el sonido de esta palabra, y enseguida tengo ganas de
buscarla en un diccionario; de investigarla, como si así fuera a
obtener pruebas de algo, de diseccionarla, como se hace con una
muñeca de trapo para ver qué contiene en su interior. Más, mucho
más, que ganas de abrirla. Abrir la palabra, parece, tiene un efecto
reconfortante en mi.
Qué
se yo...
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